Señoras, señores: nunca he sido un hombre optimista. Pero tampoco lo contrario.
Ya que en castellano no existen los sinónimos (por su riqueza léxica), de algún modo podemos asimilar el optimismo personal -que no el social- con la ilusión. Pero hay un gran diferencia: el optimismo quizás esté más cerca de la esperanza, y la ilusión necesita del trabajo y perseverar. Eso sí: puedo decir que soy un hombre ilusionado. Sin embargo, me es difícil evitar la crítica cuando, según creo, surge la ocasión (a lo peor es que no soy feliz.)
. . . . . . . . . .